Brasil, del fanatismo a la barbarie.
Escribe Marcelo Zero
Sociólogo, especialista en Relaciones Internacionales y asesor del del PT en el Senado.
Confieso que he tenido dificultades en escribir sobre la armada Bolsoleone que tomó de asalto a Brasil. No por falta de asunto, sino por el contrario. El festival generoso de estúpido, ignorancia, aficionado, desorganización, fanatismo y caos de la armada del capitán dificulta la elección de un solo tema.
La sensación es de un inevitable naufragio, de un apocalipsis no sólo económico, social y político, sino sobre todo civilizatorio.
La sumatoria trágica y descarada de fundamentalismo religioso, neofascismo político, ultraneoliberalismo económico y geopolítico subserviente no permite predicciones optimistas. No se trata de «torcer contra» y solapar la gobernabilidad, como hizo, de forma acentuada, la derecha en los gobiernos del PT, especialmente en el segundo mandato de Rousseff. Se trata sólo de constatar hechos.
Ante el marco interno que se dibuja, la única manera de evitar el apocalipsis sería la configuración de un escenario externo extremadamente positivo, que mitigara, al menos parcialmente, la inevitable contracción del mercado interno provocada por la austeridad permanente, el aumento de la desigualdad y la pobreza el desempleo estructural, la reducción de los derechos laborales, la erosión del Estado de Bienestar y la contracción de las inversiones públicas.
Pero el escenario externo que se configura para los próximos años está lejos de ser rosado. Por el contrario, se prevé un tiempo sombrío.
Según el último informe del FMI (octubre de 2017), habrá una significativa desaceleración del crecimiento del comercio mundial del 5,2% (2017) al 4,2%, en 2018 y el 4%, en 2019. El principal factor detrás de esa la disminución de la dinámica del comercio internacional sería la guerra comercial iniciada por Trump contra China y otros países, guerra a la que el gobierno Bolsonaro pretende adherir, sumándose a EEUU contra los intereses objetivos de Brasil.
Según el FMI, que preveía una elevación del crecimiento de la economía mundial del 3,7%, en 2017, al 3,9%, en 2018 y 2019, habrá un estancamiento del crecimiento en el 3,7%.
Pero hay otras instancias que apuntan a un cuadro mucho más pesimista. La OCDE, por ejemplo, prevé la desaceleración del crecimiento de la economía mundial al 3,5% en 2019. En realidad, el llamado «mercado», como demuestran las sucesivas caídas en las bolsas, los precios de los activos financieros y de algunos commodities, ya está con un ánimo bastante nervioso y aprehensivo. Hay una huida de los papeles a largo plazo para los de corto plazo. Hay también fuga para los títulos del Tesoro americano, que no remuneran nada, pero son seguros.
Por detrás de ese nerviosismo, existe una fuerte preocupación por el gran crecimiento de las deudas, tanto públicas como privadas.
Según el FMI, la deuda de las familias norteamericanas, es hoy 837.000 millones de dólares mayor que la de 2008, año en que las finanzas mundiales se colapsaron. Las deudas totales, aún de acuerdo con el FMI, ascendían a 164 billones de dólares, en 2016, lo que equivale al 225% del PIB global.
Aunque los bancos hoy tienen un mejor sistema de protección contra riesgos y activos tóxicos, cerca del 16% de las empresas estadounidenses está en situación de insolvencia técnica.
Hay un claro cuadro de insuficiencia de demanda.
En la falta de efectivo dinamismo de la economía real, la propulsión es hecha por mecanismos financieros que son a largo plazo insostenibles. Además destacó el gran economista Luiz Gonzaga Belluzzo en un artículo reciente en los últimos años, los EE.UU. acciones y enanos rendimientos de los bonos del Tesoro humeantes vapores que, una vez más, sopló sobre los altos precios de los activos. En las horas vagas, y en las otras también, las empresas se entregan a la burla de la recompra de las propias acciones y mandan bala en la distribución de dividendos con la grana de la Reserva Federal.
Así, las bolsas se mantuvieron en alza gracias a un mecanismo de recompra de acciones (buy back) propiciado por el crédito barato proporcionado por la Reserva Federal. Casi US $ 4,5 billones se gastaron con ese mecanismo desde el inicio de la crisis hasta 2015. El problema es que el «cuantitativo» y el crédito fácil que permitían mecanismos como éste están acabando. Las tasas de interés están en ascenso, tanto en Europa como en los Estados Unidos. En octubre, los intereses de los títulos del tesoro norteamericano alcanzaron su mayor nivel en siete años: el 3,25%.
Para nosotros, acostumbrados a una de las mayores tasas del mundo, es ridículo, pero para el mercado financiero de EEUU, es un fenómeno que provoca extrema preocupación.
Por todo ello, el tradicional y prestigioso banco de inversiones JP Morgan, así como varios economistas independientes, prevén que, en 2020, habrá una crisis similar a la de 2008, que traería «la mayor tensión social de los últimos 50 años».
Así, las predicciones sobre las crisis, o la continuidad de bonanzas, son muy inciertas, como se demuestra en el desastre de 2008. Pero el punto aquí es que nadie está prediciendo una imagen positiva para los próximos dos años, la economía mundial.
Por lo tanto, el escenario más probable es el de, a lo sumo, un crecimiento mediocre, tanto de la economía mundial y del comercio mundial, sumado al aumento de las tasas de interés en las economías centrales, a un apretón financiero global ya precios decrecientes de los commodities.
Este escenario externo malo encontrará una economía brasileña sujeta a la austeridad permanente, sin inversiones públicas significativas, y con creciente desigualdad y pobreza. Además, la economía nacional ya no dispondrá de importantes mecanismos públicos de estímulo, pues la cadena de petróleo y gas está siendo totalmente desmontada y el BNDES se está convirtiendo en un banco de dimensiones modestas.
No basta, el sector privado interno no debe proveer grandes estímulos para la reanudación del crecimiento sostenido, pues las empresas están, en general, con alto nivel de endeudamiento. En efecto, los estudios del economista Felipe Rezende muestran que familias y empresas salieron de un endeudamiento de 200.000 millones de dólares en 2002 a 1,5 billones de dólares en 2015. La explosión de las tasas de interés en el período reciente, sólo ahora revertida, sofocó financieramente a muchas empresas. Los spreads bancarios en niveles demenciales tampoco contribuyen a aliviar el cuadro financiero muy difícil.
En este marco, la estrategia del ultraneoliberal «Posto Ipiranga» deberá ser la de vender todo (petróleo, minerales, Petrobrás, Eletrobrás, bancos públicos, tierras, etc.) a precios módicos y abrir la economía de cualquier forma, para atraer inversiones externas. Por otra parte, se predice por recortes draconianos en el gasto público, la reforma de la pensión penal a la Pinochet una ofensiva a gran escala contra los funcionarios públicos y los nuevos ataques a los derechos de los trabajadores.
Tal estrategia ultraneoliberal, tal como ocurrió en la década de 1990, fracasará. Podríamos tener, con suerte, cortos y mediocres vuelos de gallina, pero no tendremos crecimiento sostenido y, mucho menos, desarrollo real con distribución de renta y eliminación de la pobreza.
Se sumará al desastre económico y social el desastre geopolítico, que nos alinea a la demencia virulenta de Trump y nos aleja del Mercosur, de los BRICS, de los países árabes, de África y, en general, de todo el mundo civilizado.
Esta se armando, de esa forma, una tempestad perfecta de barbarie. Una tempestad hecha de ignorancia, autoritarismo, intolerancia, amateurismo, ultraneoliberalismo, injusticia, destrucción de derechos, subordinación geopolítica y, sobre todo, fanatismo.
Diderot decía que del fanatismo a la barbarie hay sólo un paso.
Este paso se dará el 1 de enero de 2019.
Salve a quien pueda.