LA TERCERA EDAD: EVIDENCIAS CIENTÍFICAS Y UN CONCEPTO EN CONSTANTE TRANSFORMACIÓN
Por Dr. Elio A. Prieto González
Medico Genetista
Profesor Universitario
El envejecimiento, como concepto social y biológico, ha sido tradicionalmente asociado con la decadencia física y la pérdida de capacidades, una visión arraigada que aún predomina en muchas sociedades. La «tercera edad», ha sido considerada un periodo de declive inevitable, marcado por enfermedades crónicas, limitaciones físicas y un progresivo aislamiento social. Sin embargo, la creciente comprensión científica sobre el envejecimiento está cuestionando estas ideas y ofreciendo una nueva visión sobre lo que significa envejecer.
Un enfoque crítico del concepto de Tercera Edad debe tomar en cuenta que en aquel se acepta que todas las personas después de los 65 años experimentan una disminución similar de la capacidad física y mental. Sin embargo, la realidad es que la vejez es una etapa de la vida muy heterogénea, y las personas pueden experimentar cambios diferentes en función de factores como la salud, la educación, la economía y la cultura. La “tercera edad” enfatiza la declinación física y mental que se asocia con la vejez. Sin embargo, esta perspectiva no siempre atiende a las muchas formas en que las personas pueden mantenerse saludables y e incluso sostener un estado físico, alejado de la fragilidad, lo que permite acercarse al envejecimiento saludable o exitoso.
El concepto de «tercera edad» puede ser visto como una construcción social que no siempre ha reflejado con precisión las realidades del envejecimiento humano. Mucho antes de la aparición de la “tercera edad” como denominación. Durante siglos, la vejez fue vista como una fase en la que las personas quedaban excluidas de la vida activa, como si el valor de un individuo estuviera vinculado a su productividad física o laboral. Esta perspectiva se mantuvo vigente incluso cuando en el siglo pasado, la esperanza de vida comenzó a aumentar en muchas partes del mundo.
En la actualidad, el envejecimiento no se percibe solo como un proceso lineal de deterioro, sino más bien como un fenómeno multifacético que involucra interacciones complejas entre factores biológicos, psicológicos y sociales. Las ciencias aportan evidencias de que el envejecimiento, durante un relativamente extenso periodo, no es necesariamente sinónimo de pérdida de calidad de vida. Más bien, el envejecimiento puede ser entendido como una fase de la vida que, si es bien gestionada, puede estar marcada por el bienestar, el crecimiento personal y la participación activa en la sociedad.
Desde una perspectiva biológica, el envejecimiento se caracteriza por una serie de cambios que afectan a todos los sistemas del cuerpo, desde los músculos y los huesos, el sistema cardiovascular y respiratorio, las funciones sexuales y el sistema nervioso. Las células envejecen, su capacidad de replicación disminuye y, con el tiempo, se deterioran los mecanismos de reparación celular, la estabilidad genómica (integridad de la molécula de ADN en los cromosomas), las alteraciones en el sistema inmune y la aparición de un estado proinflamatorio (estado proinflamatorio no se refiere a hinchazón o aumento de volumen de un parte del cuerpo, sino a que se liberan sustancias y se activan células de respuesta inmune como los leucocitos, manteniendo el cuerpo en un estado de agresión permanente), que provoca un daño multi orgánico al tiempo que dificulta los mecanismos de homeostasis o equilibrio. Sin embargo, estas transformaciones no ocurren de manera uniforme, ya que las características genéticas, que son individuales, en interacción con los factores ambientales, de estilo de vida y el entorno social, juegan un papel fundamental en cómo se experimenta el envejecimiento.
Entre los temas de investigación en la biología del envejecimiento puede mencionarse a la telomerasa, una enzima que protege las extremidades de los cromosomas, llamadas telómeros. Con el paso del tiempo, los telómeros se acortan y las células pierden su capacidad de dividirse, lo que está relacionado con el envejecimiento y con muchas de las enfermedades asociadas a la vejez. Además, el ADN sufre daños a consecuencia de la exposición a tóxicos ambientales, la ingesta excesiva de alimentos hipercalóricos, y la liberación de radicales libres del oxígeno, unas moléculas que aunque muchas veces proceden del exterior, también se producen en el organismo y son causantes de gran parte de las lesiones que se experimentan en las células. El daño al ADN se asocia con el aumento de las mutaciones y de la incidencia de cáncer. Sin embargo, es bien sabido que factores como la nutrición, la actividad física y el mantenimiento de una microbiota favorable pueden favorecer la estabilidad del material genético en los cromosomas, lo que abre nuevas posibilidades para retrasar o incluso revertir ciertos aspectos del envejecimiento.
Por otro lado, las enfermedades crónicas, que a menudo se asocian con la vejez, no son necesariamente una consecuencia inevitable de la edad, sino que muchas de ellas son el resultado de comportamientos y hábitos adquiridos a lo largo de la vida. Condiciones como la diabetes tipo 2 la hipertensión, la artritis, las enfermedades cardiovasculares y el cáncer son frecuentes en la madurez y la vejez, pero la prevención, el diagnóstico temprano y el tratamiento adecuado pueden ayudar a manejar y, en algunos casos, incluso prevenir estas afecciones. En muchos casos, el envejecimiento saludable no se trata solo de evitar enfermedades, sino de mantener la funcionalidad del cuerpo y la mente durante más tiempo.
El envejecimiento activo es un concepto que se ha hecho popular desde hace unos años, particularmente en el contexto de la medicina preventiva y la promoción de la salud. Este enfoque se centra en la importancia de que las personas participen de actividades físicas, sociales y cognitivas que fomenten la autonomía y el bienestar. El ejercicio físico, es una de las intervenciones más efectivas para mejorar la salud en la vejez, no solo en términos de resistencia física. El ejercicio constituye también una forma de mejorar las funciones del entramado bioquímico de las células del cuerpo. Si, la actividad física se manifiesta a nivel bioquímico, por ejemplo, limitando la obesidad, la Insulinorresistencia y en consecuencia alteraciones en los lípidos corporales como la elevación los triglicéridos y el LDL colesterol en la sangre y el aumento del riesgo de sufrir enfermedad aterosclerótica. Actividades como caminar, bailar y realizar ejercicios que pueden incluir o no equipamiento, son eficaces para mantener la mente activa y disminuir la sarcopenia (pérdida de masa muscular) y la fragilidad que le acompaña y que debe evitarse para prolongar la vida.
Es evidente que el envejecimiento activo no solo se refiere a la salud física. En las últimas décadas, los investigadores han comenzado a poner énfasis en el papel crucial de la salud mental en el envejecimiento exitoso. La soledad y el aislamiento social son factores que afectan significativamente la calidad de vida de muchas personas mayores. A medida que la jubilación reduce la vida laboral y los amigos o familiares cercanos mueren, envejecen o se trasladan, muchas personas de la “tercera edad” enfrentan la pérdida de conexiones sociales que anteriormente eran fundamentales en su vida. Esto puede dar lugar a sentimientos de tristeza, ansiedad o incluso depresión, afectando su bienestar general. Esta afirmación constituye la base de un número creciente de intervenciones para promover el envejecimiento activo y exitoso.