Vendo ropita vieja y esperanza nueva
Por Omar López
En mi barrio las mujeres improvisan en la veredita magullada de su casita la venta de su mejor ropa usada, algo más que alguna vez se compró en cuotas con esfuerzo; unas botas de cuero de media caña con poco uso, remeras, pantaloncito, un acolchado, vajilla…
La imagen parece encuadrar una triste despedida de esa propiedad funcional a la familia que ahora busca un mango para comprar alimento, pagar alguna de tantas deudas que se acumulan sin piedad.
La tarde se consume entre el mate y el deseo de poder vender alguna cosita.
Los vecinos que pasan, miran y siguen su camino son hermanos de esta pobreza invasora que no perdona.
En la vereda unos jóvenes comentan con los más veteranos de esa serie de Netflix, El Eternauta, de la nieve asesina, de los escarabajos, de la invasión extraterrestre que se mata y a los que deja vivos los transforma casi en robot, pibas, muchachos, viejos que se mueven como autómatas obedientes al supremo dominador. Los manipulan para la traición, provocar la emboscada y aniquilar a esos pocos que buscan comprender qué carajo pasa, a los escasos, pero valiosos humanos que juntan sus miedos y buscan sobrevivir, con dos armas fundamentales, usar su inteligencia de supervivencia y constituirse a pesar de todas las diferencias entre vecinos, en un contingente que funcione organizado, un colectivo, porque es evidente que en la lucha individual nos pisan como a ratas.
Pensar en la acción, identificando al enemigo, el principal criminal que nos congela, nos aterroriza, se mete en nuestras mentes y nos roba eternamente el destino. La rebelión es cosa seria, la historia humana está plagada de una literatura interminable sobre tanta existencia y sacrificio por la libertad.
Una radio portátil, afónica, anuncia las listas negras para perseguir a periodistas opositores. Una morocha flaquita que “milita” en el comedor comunitario de Arturo Seguí tira en un santiamén que “este loco nos entierra vivo, como ese escarabajo de la serie”, y una señora con gorrito del Lobo platense, agrega: “hasta que no despertemos a los infelices que creyeron que era un león de los nuestros y lo votaron ciegamente”. Don Felipe que trajo un par de guantes de cuero negro, poco uso, de mejor vida, dice arrastrando palabras, estamos mal, mal, vieron, a nosotros nos quitan todo, nos aumentan la comida, la garrafa, encima ahora Edelap anda meta cortar a los colgados de la luz…hay que juntarse. Marisa cuenta, a mi suegro le cortaron los cables, le ponen medidor si va a “normalizar”, jaaa, lo que no dicen es que los primeros dos o tres meses paga factura plena porque la tarifa social hay que tramitarla y son al menos tres meses. Todo en contra tira un muchacho revisando las remeras.
Se nubla, la portátil dice que el nuevo Papa se apoda León XIV (Catorce). La flaca militante tira en joda; peroncho, como Francisco! Y la charla mezcla el mate, la tristeza revolcándose entre el hambre que se disimula con la rabia que se escucha en voz alta.
El dolor nos iguala, la palabra nos abraza y reconoce, la tarde se derrumba sobre el viejo árbol, las mujeres levantan las pilchitas, los caballetes, hablan de que cocinar a la noche.
Oscurece, algunos faroles se encienden, un chamame se choca frontal con una motito que viaja petardeando, una pareja se recuesta sobre el tapial magullado del kiosco de la esquina, hace frío, la noche se boxea entre la lucha y la resignación.
No cae nieve, pero el dolor paraliza todavía, el hambre enferma, mata. La radio sigue cacareando palabras con música de arrastre, alguien nombra la Patria, esa con hinchada nacionalista, la del diez zurdo, del Papa Francisco, el armador peronista que por primera vez arrincono a esa parte de la iglesia que finge ser del Señor, pero son los inquisidores del gran capital. Y ahora otro León que viene por Justicia Social, que nada tiene que ver con este otro león, ser enfermo, patético y servil de los que nos roban el destino, nuestra riqueza.
El barrio, poco a poco cruza palabras y recupera sentidos, entre ropita vieja en buen estado, entre solidaridad con andador, solidaridad rota, desvalida, minusválida, por ahora, aunque poco a poco, la lucha, como siempre recupera su fortaleza, su entender que solo el amor vence al odio, y se vence cuando se entiende que nadie, pero nadie, puede solo.