El valor de la propaganda en la construcción del enemigo: Atenas y las guerras médicas*

DOCUMENTOS DEL FONDO DE LA BIBLIOTECA DE MATE AMARGO

Para este breve trabajo vamos a detenernos en el primero.

Los estudios sobre la propaganda bélica, su desarrollo, utilización e influencia en el discurrir de las guerras son habituales, al menos, desde la segunda mitad del siglo XX.
Hoy en día, de hecho, no concebiríamos una guerra que no se librara al tiempo que en los campos de batalla en los medios de comunicación, convertidos en verdaderos protagonistas de las guerras modernas, hasta el punto incluso de llegar a transformarlas en espectáculos banalizados.[1].
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Pero el fenómeno no es únicamente contemporáneo. De hecho, puede rastrearse a lo largo de la historia, remontándonos sin mayores problemas al mundo clásico, donde la estigmatización consciente del enemigo y la justificación propagandística de los aliados es moneda común en la mayor parte de los enfrentamientos bélicos.
Las Guerras Médicas y la Guerra del Peloponeso son los dos ejemplos emblemáticos del fenómeno en el mundo griego, cada uno con sus características particulares.

  • Este trabajo ha sido realizado dentro del proyecto de investigación Identidad y religión: territorios y paisajes simbólicos de la Sicilia clásico-helenística y republicana –PR34/07-15864- concedido por la Fundación
    Santander y la UCM.
  1. Respecto a este punto, destacan las mundialmente conocidas y polémicas “crónicas” de J. Baudrillard
    sobre la Guerra del Golfo, surgidas a raíz de un artículo publicado en Libération, y recogidas en La guerre du
    Golfe n’a pas eu lieu (París, 1991)

LA CONSTRUCCIÓN DEL BÁRBARO
Las Guerras Médicas se constituyen en escenario de una brutal guerra ideológica que persiste mucho más allá de los enfrentamientos físicos. Es bien sabido, por ejemplo, que el carácter profundamente peyorativo del término bárbaro no aparece en lengua griega hasta
las Guerras Médicas, concretamente, hasta la popularización de Los Persas de Esquilo2.
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La primera referencia literaria la encontramos en el término barbarophonos3, empleado por Homero refiriéndose a aquel que no habla griego4 y, aunque hace referencia a una
dicción diferente y, en cierto modo, errónea o inferior, se mantiene en un ámbito lingüístico y concreto más que cultural y generalista, como vemos también en Anacreonte5.
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A este respecto, dice Tucídides6, que bárbaro es una palabra relativamente nueva y,
remontándose a la obra de Homero, aduce que en aquellos tiempos “los griegos no se designaban a sí mismos con un solo nombre opuesto (al de los bárbaros)”7, e incluso llega a
afirmar que “se podría demostrar que el modo de vida de los antiguos griegos coincidía
también en muchos otros aspectos con el actual modo de vida de los bárbaros”8, desmontando la carga esencialista que acompaña al enfrentamiento étnico9.
Para Tucídides el
verdadero enfrentamiento, el que capitaliza el encasillamiento ideológico civilización-barbarie no es el de griegos contra bárbaros (que menciona en contadas ocasiones y desde un punto de vista exento de posicionamiento pasional), sino el de jonios contra dorios10.
Estrabón11, por su parte, insiste en remontar el concepto denigrante de bárbaro hasta Homero cuando, como hemos visto, no existe ningún indicio de ello. Ahora bien, no resulta extraño teniendo en cuenta que Estrabón dibuja una geografía a la medida del imperialismo romano y que defender una imagen compacta e inmóvil de lo incivilizado y salvaje ayudaba a la justificación ideológica que perseguía Roma.
Volviendo a Los Persas de Esquilo, podemos afirmar que esta tragedia simboliza a la
perfección cómo la propaganda desplegada durante y después de las Guerras Médicas por
los griegos se constituyó en una forma refinada de ganar una guerra fuera de los campos
de batalla y de convertir la victoria en imperecedera. No es tanto al triunfo militar sino a
la propaganda bélica a la que debemos, en un alto grado, tanto la tendencia a equiparar
la ideología ateniense con la cultura griega como la conformación de la imagen del persa

  1. Hall, E. Inventing the Barbarian. Greek self-definition through tragedy, Oxford, 1989, 9-10; Konstan,
    D. “To Hellenikon ethnos: Ethnicity and the construction of Ancient Greek identity” en Malkin, I. (ed.) Ancient
    perceptions of Greek ethnicity, Washington, 2001, 29-50, 33; Cartledge, P. The Greeks: a portrait of self and
    others, Oxford, 1993, 38-40; Lévy, E. “Naissance du concept de barbare”, Ktema 9 (1984), 5-14; Santiago, R.
    A. “Griegos y bárbaros: arqueología de una alteridad”, Faventia 20 (2), (1998), 33-45, 39.
  2. Sobre las diferencias lingüísticas entre barbaros, barbarophonos y barbaroi y sus implicaciones semánticas Lévy op. cit., 5-10 y Santiago op. cit..
  3. Hom. Il. II 867. Santiago op. cit.; Lévy op. cit., 5-9.
  4. Anacr. frag. 313. Destacar también el valor neutro del término bárbaro como “no griego”, sin connotaciones peyorativas, en el texto jurídico de Teos conocido como Teiorum Dirae (DGE 710 = ML 30). A pesar de
    que el texto se enclava en una época (principios del s. V a. C.) de difíciles relaciones entre persas y jonios, no se
    percibe categorización negativa de “lo bárbaro” (Santiago op. cit., 41-42). Para una visión diferente del bárbaro
    en Homero remito a Gómez Espelosín, F. J. “La Odisea y la invención del bárbaro ‘avant la lettre’” en Marco Simón, F., Pina Polo, F. y Remesal, J. (eds.) Vivir en tierra extraña: emigración e integración cultural en el mundo
    antiguo. Actas de la reunión realizada en Zaragoza los días 2 y 3 de junio de 2003, Barcelona, 2004, 13-28.
  5. Th. I 3, 3.
  6. Th. I 3, 3.
  7. Th. I 6, 5.
  8. Siapkas, J. Heterological ethnicity: conceptualizing identities in ancient Greece, Uppsala, 2003, 7-8.
  9. Th. V 9, 1; VI 77, 1 y 82, 2; VII 5, 4. Ver Cardete op. cit. 2004.
  10. Str. XIV 2, 28.
    El valor de la propaganda en la construcción del enemigo: Atenas y las guerras médicas 121
    como bárbaro en la Antigüedad y del oriental como incivilizado en la tradición cultural
    de Occidente.
    Pero, ¿cómo y por qué se modela esa imagen, cómo se construye al Bárbaro, en qué
    contexto, con qué finalidad, por qué el icono adquiere tanta fuerza? Veámoslo a través de
    los siguientes puntos.
    1 NOSOTROS VS ELLOS
    En cierto modo, las Guerras Médicas fueron pioneras en el mundo griego en la utilización programada de un elemento propagandístico muy poderoso por su capacidad
    de construir grupo y altamente peligroso por su versatilidad y maleabilidad: el discurso
    étnico. Lamentablemente, profundizar en los aspectos teóricos de la construcción de la
    identidad y la etnicidad como fenómeno social supera con creces los marcos de esta comunicación, así que basten unos brevísimos apuntes para centrar el tema12.
    La identidad es un concepto básico del desarrollo social y personal13. Desde el momento en el que el hombre es un ser social su relación con otros seres de su misma especie le
    lleva a aceptar determinadas pautas de comportamiento que garantizan la supervivencia del
    grupo y lo diferencian de los otros, Otros que, con cierta frecuencia, aparecen confundidos
    en una mezcla informe a la que pertenecen todos aquellos que no somos Nosotros. El grupo
    así constituido ofrece a sus integrantes un sentido de la pertenencia (y también de la posesión), unas reglas de conducta, unos esquemas vitales que facilitan la vida de la comunidad
    y que, como construcciones que son, se adecuan a los contextos históricos, con lo que eso
    conlleva de maleabilidad ideológica, económica, religiosa, social, cultural, etc.14.
    Ante situaciones especialmente conflictivas y, sobre todo, en momentos de tensión
    bélica15, crecen las posibilidades de que el grupo identitario evolucione hacia una entidad
  11. Remito a otros trabajos en los que desarrollo estos temas, como son Cardete del Olmo, M. C. “Identidad y religión: el santuario de Apolo en Basas”, Studia Historica, Historia Antigua, 21, 2003, 47-74; “Ethnos y
    etnicidad en la Grecia clásica” en Cruz Andreotti, G. y Mora Serrano, B. (eds.) Identidades étnicas-identidades
    políticas en el mundo prerromano hispano, Málaga, 2004, 17-29; Paisajes mentales y religiosos: la frontera
    suroeste arcadia en épocas arcaica y clásica, Oxford, 2005; 59-63; “El silencio de los oprimidos: el culto de los
    Palici” en Montero, S. y Cardete, M. C. (eds.) Religión y silencio. El silencio en las religiones antigua, Anejo
    XIX de Ilu, Madrid, 2007a, 67-84; “Sicilia sícula: la revuelta étnica de Ducetio (465-440 a. C.)” Studia Historica, Historia Antigua. Resistencia, sumisión e interiorización de la dependencia, 25, 2007b, 117-129; “Formas
    de identidad y construcciones identitarias en el mundo antiguo: arqueología y fuentes literarias. El caso de la
    Sicilia antigua” en Idem, eadem, idem. Identidades en la Antigüedad, Arqueología Espacial, 27, 2009, 29-46;
    Paisaje, identidad y religión: Imágenes de la Sicilia antigua, Barcelona, 2010, 97-180.
  12. De Vos, G. y Romanucci-Ross, L. (eds.) Ethnic identity: cultural continuities and change, Chicago,
    1982, 17; Hall, J. M. Hellenicity: between ethnicity and culture, London, 2002, 11.
  13. Rowlands M. “The politics of identity in Archaeology” in Bond, G. C. and Gilliam, A. (eds.) Social
    construction of the past: representation as power, London, 1994, 129-143; Hobsbawn E. “Ethnicity and nationalism in Europe today”, Anthropological today, 8, 1992, 3-13; Insoll, T. (ed.) The archaeology of identities,
    London, 2007, 6; Jones, S. “Discourses of identity in the interpretation of the past” en Insoll, J. (ed.) The archaeology of identities, London, 2007, 44-58, 47-48.
  14. Jones, S. The archaeology of ethnicity: constructing identities in the past and in the present, London,
    1997, 69-75; Jenkins, R. Rethinking ethnicity: arguments and explorations, London, 1997, 10; Prontera, F. Otra

más compacta y cerrada que denominamos grupo étnico. La construcción de dicho grupo
precisa de un poder político que dé forma, fomente y sostenga los elementos básicos que
otorgan credibilidad al grupo y que se basan en la intersección entre la genealogía (coordenada temporal) y la territorialidad (coordenada espacial). Lengua, religión, creencias,
costumbres, historia compartida son otros tantos elementos que pueden (o no) ayudar a
dar sentido y fuerza al grupo étnico. Por lo tanto, la etnicidad no supone el despertar de la
conciencia de grupo16, sino su creación conforme a los intereses de un poder dominante
que encauza las acciones comunitarias17.
Las Guerras Médicas se presentan en las fuentes griegas como la lucha entre dos
grupos sociales compactos constituidos alrededor de unas premisas tipo que Heródoto resume en consanguinidad y comunidad de lengua, creencias religiosas, ritos sacrificiales,
usos y costumbres18. Es decir, se presenta como lo que actualmente denominaríamos un
conflicto étnico en cuya construcción adquiere una dimensión muy destacada la propaganda sobre el enemigo y sobre los propios valores.
Aunque las discusiones acerca de cuándo podemos hablar de conciencia identitaria
y/o étnica en Grecia no han hecho más que crecer desde que la identidad irrumpió en los
estudios clásicos, lo cierto es que casi todos los historiadores coinciden en afirmar que
las Guerras Médicas suponen un punto de inflexión en cuanto a categorización del Otro
y del Nosotros se refiere en el mundo griego19, hasta llegar incluso a afirmarse que sin las
Guerras Médicas no hubiesen existido griegos20.
No obstante, la reacción de los griegos frente a los persas estuvo lejos de ser compacta
o coordinada y, por lo tanto, la existencia de un Nosotros griego es más que cuestionable21.
Casi toda Grecia central se escudó en la ambigüedad22, manteniéndose en un punto equidistante entre griegos y persas que les permitiera aliarse con unos u otros dependiendo de
forma de mirar el espacio: Geografía e Historia en la Grecia antigua, Málaga, 2003, 110; Morgan, C. “Ethne, ethnicity and early Greek states, ca. 1200-480 b. C.: an archaeological perspective” in Malkin, I. op. cit., 75-112.

  1. Hall, J. M. op. cit., 15-16; Anderson, B. Imagined communities: reflections in the origins and spread
    of nationalism, London, 1991, 6.
  2. Cardete op. cit. 2005, 59-63.
  3. Hdt. VIII, 144.
  4. Hall, E. op. cit., 6; Hall, J. M. op. cit., 175; Lévy, E. “Apparition des notions de Grèce et de grecs” en
    Saïd, S. (ed.), EΛΛHNIΣMOΣ. Quelques jalons pour une histoire d l´identité grecque. Actes du Colloque de
    Strasbourg 25-27 octobre 1989, Leiden, 1991, 49-69, 69; Baslez, M.-F. “Le péril barbare: une invention des
    Grecs?” en Mossé, C. (ed.), La Grèce ancienne, Paris, 1986, 284-296, 290; Hardie, P. “Images of the Persian
    Wars in Rome” en Bridges, E., Hall, E. and Rhodes, P. J. (eds.) Cultural responses to the Persian wars: antiquity to the third millennium, Oxford, 2007, 127-143, 127; Coleman, J. E. “Ancient Greek ethnocentrism” en
    Coleman, J. E. and Walz, C. A. (eds.), Greeks and barbarians: essays on the interactions between Greeks and
    non-Greeks in antiquity and the consequences for Eurocentrism, Maryland, 1997, 175-220, 189; Hongman, S.
    “Permanence des stratégies culturelles grecques à l´œuvre dans les rencontres inter-ethniques, de l´époque archaïque à l´époque hellénistique” en Luce, J. M. (ed.), Identités ethniques dans le monde Grec Antique: Actes
    du Colloque International de Toulouse organisé par le CRATA, 9-11 mars 2006, Toulouse, 2007, 125-140, 130;
    Cassola, F. “Chi erano i Greci?” en Settis, S. (ed.) I greci: storia, cultura, arte, società. Vol. II. Una storia greca.
    Parte I. Formazione, Torino, 1996, 5-23, 21; García Sánchez, M. “Los bárbaros y el Bárbaro: identidad griega
    y alteridad persa”, Faventia 29 (1) (2007), 33-49.
  5. Hornblower, S. The Greek World 479-323 B.C., London, 1991, 11.
  6. Hall, J. M. op. cit.; Cardete op. cit. 2007a y b, 2005, 2004 y 2010.
  7. Th. III 62.

2 LA ESTIGMATIZACIÓN DEL ENEMIGO
Si la imagen del persa como Bárbaro que ha llegado hasta nosotros procede, principalmente, de las fuentes griegas, entonces es lícito suponer que más que a los súbditos de Darío y Jerjes, a quien está definiendo el tópico, por contraste, es a quienes lo construyeron, es decir, a los griegos. Pero, ¿a qué griegos?
Los caracteres principales que definen al Bárbaro en la época de las Guerras Médicas
(momento en el que se equiparan Bárbaro y Persa) son las siguientes: despotismo, servilismo, crueldad, barbarie, exceso. Por lo tanto, sus opuestos serían politeia, libertad, justicia, civilización y moderación. Estos últimos podrían pasar por ideales griegos pero, si
los examinamos con más detalle y en su contexto, no responden tanto a una generalidad
helena como a una particularidad ateniense29, como bien señalaba ya E. Hall en su famoso

estudio sobre la construcción del bárbaro en la obra de Esquilo y han defendido también
otros autores30.

2.1. Despotismo vs politeia. Servilismo vs libertad
Las fuentes griegas desde las Guerras Médicas31 inciden una y otra vez en la tremenda barrera existente entre las pretensiones dominadoras persas y el ansia de libertad griega, simbolizado en el ritual de la proskynesis, que tantos problemas daría posteriormente
a Alejandro Magno, precisamente por su asociación directa con prácticas bárbaras ajenas
a la cultura helena. Pero quienes utilizaron la libertad como bandera política, apropiándose del término para adecuarlo a su propio sistema de gobierno y alejándolo del de otros,
fueron los atenienses32. La libertad se equipara, de este modo, a democracia, como lo hace
hoy en día, 26 siglos después.
La caída de los Pisistrátidas en Atenas y la ascensión de Clístenes al poder marcan el
inicio de un nuevo sistema político que, a pesar de los apoyos populares y de parte de la
aristocracia, generaba dudas y temores no sólo dentro de Atenas sino, especialmente, entre
sus vecinos más próximos. La naciente democracia necesitaba desesperadamente un armazón ideológico que sostuviera y protegiera su precario e incipiente desarrollo hasta que
éste alcanzara las cotas suficientes como para hacerlo por él mismo. Si sobrevivió fue porque supo atacar ideológicamente para defenderse estructuralmente. Y lo hizo a través de la
elección de un héroe como Teseo, convenientemente transformado en adalid de la libertad
(frente a la tiranía)33, en luchador valeroso y astuto (frente a la cobardía y la estupidez que se
le presuponían al Bárbaro), en referente de un cuerpo de leyes e instituciones que aseguraban el orden (frente al caos), y de una equiparación consciente entre tirano, anti-demócrata
y pro-persa34. De hecho, en los años siguientes al triunfo en Maratón, miembros destacados
de familias aristocráticas contrarias a la democracia o tibias con ella fueron sospechosos de
albergar aspiraciones tiránicas, lo cual se estaba convirtiendo en un sinónimo de defensor
del Bárbaro. Calias, hijo de Cratias, por ejemplo, apodado “el Medo” en cuatro de los 550
ostraka encontrados con su nombre, fue candidato al ostracismo ca. 486-485 a. C. y en uno
de los ostraka incluso se le caricaturiza vestido a la moda persa35.
No es casualidad, por tanto, que fueran los atenienses quienes, en un primer momento, deificaron prácticamente a los Tiranicidas para, años después, erigirse en enemigos

acérrimos no ya de los persas (que, no olvidemos, habían mantenido, en general, cordiales relaciones con los tiranos griegos e incluso habían acogido a Hipias, ayudándole poco
después en su intento de recuperar el poder36), sino del Bárbaro y, por lo tanto, en defensores de la Civilización que el Bárbaro amenazaba.
El discurso anti-persa le resultó a Atenas muy rentable, hasta el punto de estar en la
base de su posterior ascenso al poder a través del control de la Liga Ático-Délica37, constituida como escudo contra los persas bajo unos parámetros que pasaron en poco tiempo de
ser relativamente griegos a convertirse en particularmente atenienses. La propaganda antipersa de la que Atenas hacía gala continuamente logró atribuir sus intereses y preocupaciones políticas al resto de los griegos, convenciéndoles de que si Atenas estaba segura, ellos
también lo estarían. No apoyar la Liga Ático-Délica no significaba, simplemente, mantener
una posición política contraria a la ateniense o incluso favorable a los persas como entidad
política, sino que implicaba un ataque directo a la libertad y a la razón, como demuestra la
rebelión medizante de Eritras, que fue duramente castigada por Atenas en el 412 a. C..
No obstante por profundo que fuera el desprecio hacia el sistema político persa, cimentar la idea del Bárbaro implicaba también descender de la política a la vida cotidiana.
Sólo convirtiendo al persa en un ser de costumbres amorales se podría cerrar el círculo
del Bárbaro. Y Atenas también se aplicó en ello.

olopez

Más de 35 años en la comunicación nacional y popular Una propuesta audiovisual en formato de radio y de tele (Mateve/YouTube) Construcción de ideas alternativas en el campo de la batalla cultural Ejercicio de comunicación plural de frente a la unidad en la diversidad Idea y conducción, Omar López. Suscribite a Mate amargo