Poemas Cazador de sueños II, la memoria iluminada
Por Omar López
24 de marzo
Por Omar López
Junto a todos mis muertos en el borde de la noche
recuento sus memorias exiliadas
sus gestos antiguos
descorcho sus risas y rearmo sus besos.
doblo sus banderas de conquista
guardo los trocitos de sus lunas perdidas en el último escape.
reinvento su prole crucificada
cuando amanece la noche sin ojos.
Leo sus poemas de trinchera y tanto amor desbaratado
sobre la memoria desaparecida.
suenan sus voces astilladas
que llaman a la justicia asustada en un rincón.
Cazador II
La huella de la identidad
Por Omar López
“Antes de beber echemos unas gotas de vino a la tierra para humedecer los labios de los que nos precedieron.” La idea es no perder el pasado, indagarlo, reinterpretar lo sucedido. No hay una memoria quieta, se transforma según la interpelan. Hay intérpretes de la memoria que la tijeretean quitando su causa central. Esos no son otra cosa que secuestradores de la verdad histórica.
En estos tiempos de retazos que nos impone el pensamiento único dominado por el terror mediático dominante, la batalla es sin dudas muy desigual. Nuestra dispersión los favorece en la construcción de la mentira y la instalación de falsos valores que manipulan una sociedad de superficie, errante cuanto hace a su identidad, pertenencia y sentido crítico de su destino.
La frase: “Antes de beber echemos unas gotas de vino a la tierra para humedecer los labios de los que nos precedieron.” le pertenece a Omar Khayyam, poeta, matemático, astrónomo; se dice de él que logró el calendario más preciso del mundo. Presuntamente nació el 18 de mayo de 1048 en Nishapur (hoy Irán). El significado de su nombre es ‘Omar el tendero’.
Una maravilla, tender puentes entre los días de la existencia humana sin perder la huella de dónde venimos.
Cazador II
Contratarde
Por Omar López
El gato araña la tarde
Se ovilla en los silencios
Yo viajo por la arena del tiempo
Recuerdos tajeados de la infancia.
Emboscada sobre mi cuerpo en amores de patíbulo
la partida donde se acogota el pasado
esperanza desangra atada en el túnel
tragedia descamada en mi desierto
Palabras decapitadas en el filo de la impotencia
Rincón de memoria sin sangre y sin destino
Apilados los días que fueron noches de abrazos falsos
El frío aliento del silencio
La tarde oprime
como la tierra
negra
que abraza a los muertos.
Cazador II
Desierto
Por Omar López
Llueve
y un perro muerde la cola de la lluvia
un piquete de soledad corta la noche
en las fábricas muertas hay asambleas de fantásmas
un grito sorprende a un pájaro sin nido.
Barracas se prepara a morir sobre el ocaso de la última luna
un hombre espera a una mujer de paja.
Sobre la vidriera de Montes de Oca y Suárez un maniquí escapa
y corre a tomar el último tren fantasma en Constitución.
La lluvia se nos viene encima
como la finitud.
Otro piquete corta la noche
y tus labios mi respiración.
Los pobres avanzan sobre mi
con sus ojos negros de dolor
con sus piernas de cansancio
con sus estrellas llenas de olvidos.
Otro recuerdo antes que emigres de mi mente
Tu sonajero en mis manos
tu silencio entre mis dedos.
Barraca avisa que amanece y para la lluvia.
Un niño escapa rumbo al río
con un barrilete de caramelo
vuela sobre la miseria de hojalata
entre el piquete de los nadie.
Regreso a la calle de los hombres ausentes.
El amor lastima en Barracas.
La memoria hambrienta late entre los viejos adoquines.
La vida duele en el riñón izquierdo cuando flamea la soledad.
Cazador II
La sombra en botella
Por Omar López
Embotella la última sombra, etiqueta lugar, hora, día de cosecha, es media noche y la radio informa del anillo de fuego, que se alza a miles de kilómetros del suelo.
La tierra se quema, animales y humanos apilados como carbón humeando. Quedan solo estas mil botellas de espesas y frías sombras.
Sentada en un rincón está la niña muda, como una muñeca de cera con sus negros ojos tan abiertos como su boca reseca.
Una semana atrás el viejo la rescató, la dejó junto a las botellas y revivió.
La niña tiene la mirada fría como un abismo, sus ojos son tan negros como estas sombras.
La radio tartamudea el mensaje del presidente que anuncia el fin.
La radio muere primero y llega el viento caliente que abre paredes, corta el asfalto, suenan disparos, estalla un colectivo, ahora todo se inflama, el viejo enrojece y estallan sus ojos. El mudo grito de la niña de los ojos negros hace vibrar las botellas que comienzan a caer de los estantes, estallan todas estas sombras de distintas cosechas; del invierno del cincuenta, del fondo del patíbulo francés, aquellas del cementerio de las barcazas areneras del ochenta y siguen cruzándose frías y deformes entre los rayos de fuego que entran por las grietas de la pared. La niña muda ahora tirita de frío, sus lágrimas se congelan, de su boca abierta escapa un aliento gris tan frío como todos los muertos a esta hora.
La niña muda es una sombra que crece, avanza sobre el continente con sus piernas de lagarto milenario apagando los fuegos, dejando huellas de hielo. Y sigue creciendo, tan alta con sus mil sombras, como latigazos sobre la oscuridad del universo.
Ahora todo es nada en este frío total de la soledad, aquí abajo quedo una niña sin tiempo y un viejo sin ojos, la memoria que no puede ver el mañana y la boca de la humanidad muda para pedir el último auxilio.
Cazador II
Exhumación de un hombre sin niño
Por Omar López
Está en la cama desnuda boca abajo
Él plancha su espalda
Grita palabras extrañas en la pieza de la calle Juramento
A mi boca se precipitaba la saliva.
Mi madre me mira desde el fondo de sus ojos azules
La mano enorme de mi padre cierra su boca
Soy una sombra mojada en un rincón
El espanto me crucifica con sus filos fríos
Afuera se sueltan las bocinas por la calle adoquinada
Mi padre sale sin verme
Ella se viste sin mirarme
Carga su cicatriz carbonilla entre los pulmones.
Su piel de leche y su olor de cobija envuelto en un ungüento grasoso
El silencio es un tajo en mi inocencia
Sale al pasillo con el alma encorvada y busca el baño
La higuera al fondo del inquilinato sostenía el canto de un gorrión.
Simulacro de estar viva en su cuerpo sin manos para caricias
Sus labios perdieron el amor
Apenas un abrazo para su doloroso rencor
Al morir dejó su boca abierta y escaparon las penas negras.
Nunca supe que fue de aquella plancha con mango de madera roja
Curioso descubrimiento nos ofrece la existencia
El amor despechado golpeando al amor espantado
Crecí entre la cizaña que hoy arranco de entre mis dientes.
Cazador II
Abuela
Por Omar López
La abuela era alta, muy delgada, de pómulos punteados, ojos celestes o grises, una mirada severa y solatristeza en el fondo de su iris.
Mujer de crupier, dedos finos largos y firmes que se hundían en el jabón blanco Federal, fregando las sábanas que Mimí, oligofrénica, postrada desde niña, orinada cada noche.
La abuela cuidaba a Mimí, a quién tenía como una reina en esa pieza húmeda y descascarada del conventillo, que tenía un cielo raso de arpilleras pintadas a la cal, una mesa de patas torneadas, que denunciaban un pasado opulento, puesta al pie de la cama donde un joven Jesús barbado con ramita de olivo colgaba atento, trayendo calma a los atormentados sueños de la pobre Mimí. Un cable trenzado gris tirando a negro de hollín baja del techo y sujetando una lamparita de luz mortecina.
Sobre una pared un enorme ropero de cuatro puertas enchapado en nogal, herido de humedad conservaba ropa, vajillas y remedios. La mesita de luz y una escupidera enlozada con rosas púrpuras junto a un brasero en el piso de tierra.
El centro la cama matrimonial de respaldo de hierro forjado.
La pieza se extendía con un rectángulo de maderas agujereadas, una cocina económica bufando a leña, tiznaba la pava roja con mango de madera. El rancho de cocina tenía piso de gruesas baldosas grises que cubrían el patio común del conventillo y cambiaban a rojo pálido en el baño con letrina, al final del terreno, frente a los piletones comunitarios, escoltados por enredaderas y parras de uva chinche.
Mi tía Linda vivía al fondo y aunque su pieza era pequeña, con piso de machimbre, guarda un ropero y dos camas de una plaza. Tiene una cocina, sin revocar y con piso de cemento, toda una modernidad, y ahí pasaron la mayor parte del tiempo. Recuerdo la mesa familiar tendida por tía Linda; con mantel de hule rojo a cuadritos blancos. La cocina económica Volcán, donde todas las comadres cocinaban la torta de cumpleaños.
Mi tía enviudó joven, de un obrero de la estiba que iba en el tranvía 75 de la línea 105, que cayó al riachuelo un sábado 12 de julio de 1930 a las 06:23.
Cazador II
La memoria que mece a la identidad
Por Omar López
Y la memoria encendida en la orilla humana
señala como el faro, el llegar y el partir.
El ida y vuelta de la historia.
Todos los infiernos
y la sangre derramada.
Cristo muerto treinta mil veces,
El fin de los tiempos.
La muerte vuela dormida y se despedaza en la costa humana.
Caminantes en la plaza oscurecida.
Las iluminantes de la militancia fusilada.
Fueron por sus hijos y parieron la identidad de sabernos,
Abrazan el tiempo
y nos protejen de todos los olvidos
La sangre a la herida
Amamanta la memoria
Olores de nuestro nacimiento
Piel y aliento
Sonajeros de la palabra
Ojos sin puñal
Manos portando el origen
Voces de la historia familiar
Con el collar de la vida y la memoria fueron a preguntar dónde están.
Caminaron
Buscaron
desaparecieron
se aparecieron y volvieron a preguntar
a denunciar
a amantar al silencio para que cuente
a dibujar el nombre
ojos
hijos
vientres
nietos
la humanidad que levantaron de la cuna y la alzaron para que vea
despierte
exija
Memoria Verdad Justicia.
Son el faro de la identidad que viene y va y vuelve para partir
y seguir viajando en el tiempo
de rehacernos entre tanto amor, justicia y memoria identidad.
Cazador II
Ojo por ojo
Por Omar López
La lluvia de abril es intensa, brillan los adoquines, el silencio se corta con las gotas gruesas que rebotan sobre las ventanas de la calle Juramento.
Él ajusta su sombrero negro, apura el paso, cruza el pasaje Fernández Blanco, llega a la esquina de la Colodrero, el barrio duerme con sus bocas mudas, se para bajo el alero de la fábrica de cocinas y revisa el Colt negro, las cuatro balas en su tambor, lo guarda en el bolsillo derecho de su piloto gris. Cruza Colodrero, el cielo truena, un relámpago ilumina la casa amarilla con puerta marrón de dos hojas y un ventanal del que cuelgan malvones chorreantes. Llega a la esquina, cruza y vuelve sobre sus pasos. Para y se apoya en el viejo plátano. Por la vereda de enfrente un joven cruza la lluvia a la carrera, se para en la casa de doble puerta, toca el timbre, una, dos, y tres veces. Las ventanas se iluminan, el joven sale corriendo y se pierde en la esquina. El cielo desparrama la tormenta cuando la puerta se entreabre.
Se abre más la puerta, un cuerpo se dibuja entre sombras tenues, suena un disparo abrazado a un relámpago, el hombre de la puerta se dobla hacia el piso, a medio camino se derrumba con un golpe seco, el agua mezcla su sangre en vereda amarilla. Un grito corto viene del fondo de la casa, y sale una muchacha en camisón, se arrodilla, golpea el cuerpo, tironea la carne inerte, un grito late entre truenos, golpea la muerte empapada y suelta otro grito incomprensible en la noche fría.
Guillermo camina rumbo a Triunvirato, envuelve el Colt negro, se cruza
con el joven timbrero en Juramento y Triunvirato, sin detenerse le pasa el paquete y apura el paso por Juramento, cruza Pacheco, ve brillar el mojado campanario de la vieja iglesia cuando lo cruza una ambulancia del Hospital Churruca, tan rápido como sus recuerdos. El entierro de Silvita, de seis meses, envenenada en venganza por la liga nazi que perseguía a los obreros en huelga de aquella Semana Trágica.
El médico que se presenta anunciando que su padre lo llamó de urgencia y estaba por llegar con más remedios. Le dio acetona. Cuando Guillermo encontró al doctor Parra, médico del barrio, Silvia ya agonizaba, Adela la mecía con desesperación y el olor a la acetona impregnaba la vieja pieza del inquilinato.
Ojo por ojo, diente por diente, se dijo a sí mismo con su alma muerta y su espíritu perdido, para siempre.
Años más tarde y con Adela muy lejos de todo, en un psiquiátrico, Guillermo partía con todos sus muertos. Sus cenizas se guardan en un nicho de la galería 18 del cementerio de La Chacarita, junto a los diminutos restos de Silvita y su crecida cabellera negra, tan oscura como la noche sin fin.
Cazador II
Mujer caracol
Por Omar López
La mujer caracol avanza bajo la lluvia por los veredones de Barracas, empuja dos carritos de bebés, uno al frente y otro a retaguardia, maniobra con sus brazos flacos, la joroba de bultos y los tres pibes famélicos.
De noche busca los anchos umbrales por Montes de Oca al fondo, y acomoda su prole para que el agua y el viento no lastimen.
Sin trabajo y sin país, de noche no duerme, se mantiene alerta ante el asecho de los pro hombres que vigilan y limpian de pobres la ciudadela Pro.
Amanece y junta a los pendejos para seguir fugando de vereda en vereda, es la madre caracol; carga su casita sobre su espalda, y toda nuestra derrota.
Cazador II
Che
Por Omar López
No miró la boca del fusil sino a los ojos de su asesino, apenas en ese instante probo que la soledad de un hombre destripa más que la muerte sin remedio.
Las esperanzas escapan a bordo de algún fluido, revolotean como una mariposa hasta elegir a otro y ahí se quedan.
Mariposa portadora de poemas y limpios amaneceres, lunares negros por el luto del heroico comandante.
Fue un disparo de protocolo porque él estaba muerto de tristeza mucho antes.
Sus ojos quedaron abiertos como escudriñando el porvenir, su mirada partió con los desobedientes y una parte de la humanidad se desparramó de tristeza, y otra se alivió con el castigo.
El mundo es de aquellos estrellados incapaces de remontar un sueño compartido, aunque cada tanto nace alguien con la intención de romper la ley de gravedad de los hombres maniquí.
Y basta con eso para enfrentar a los dioses.
Cazador II
Las sombras
Por Omar López
A todos nos persiguen sombras. Enigmáticas,
aventuradas, desoladoras, y son las sombras del alma que
alguna vez logra atraparnos cuando llegamos a lo mas
profundo de nosotros.
La sombra anda en nuestros pasos y late con la
respiración envolviendo nuestra tristeza. Hay sombras que
buscamos por toda nuestra vida sin darnos cuenta que la
llevamos cargada en nuestro perfil.
Trepamos a la fortuna y descendemos a la miseria
junto a ella. Corremos por las calles de la alegría y la
tristeza sin percibir que viajan atadas a nuestro
destino.
Son esas sombras que tiene el profundo significado
en la historia que nos pertenece y en la infancia que nos
moldeo entre acertijos e ilusiones. La sombra es el “yo”
que nos domina, es un laberinto donde perdemos la
identidad prematuramente.
A veces ocurre, que cuando la estrella deja de
ilusionarnos y la desesperación nos vuelca su aliento en
la nuca, cuando nos atrapan los errores y quedamos solos
en un camino vacío de almas y sin retornos y la sombra
echa alas y nos abandona llevándose su capa negra con
nuestros sueños pendientes, nuestra última mirada de
asombro y las cuatro letras más sentidas de nuestro
alfabeto.
Dicen los sabios de aquellos países en donde el sol
es un extraño pasajero, que cuando la sombra abandona
nuestro cuerpo que da desnuda el alma y el vino ya no
embriaga.
También hubo hombres anónimamente celebres que
descubrieron que su sombra era en verdad una mujer,
frágil y poderosa al mismo tiempo. Una mujer, que al
dormirse el hombre lo abandona temerosa de quedar
atrapada por sus sueños. La sombra por naturaleza es
femenina y como toda mujer suele escapar cuando el amor
la cubre de espanto.
La sombra sola tiene vida en el atardecer cuando los
pájaros buscan su nido y la noche trepa el último peldaño
de la luna. Vive entre claros y oscuros y su figura se
despliega cuando la soledad que da atrapada en nuestros
puños y ya es tarde para beber nuestra propia risa.
La sombra, a pesar de todo puede ser nuestra amante
más fiel que sin pedir palabras extras se muere hasta el
alba sobre nuestros párpados cuando la noche nos dobla el
último sueño.
Para unos sabedores la sombra tiene la adultez de
nuestros dolores y sabe exactamente el final de una
historia, como la luz sabe de su muerte prematura al
atardecer.
Ya lo sabemos, cuando descubramos una sombra sin
cuerpo es una señal de que alguien escapa de un destino.
Y si vemos un cuerpo sin sombra seguramente advertiremos
que un hombre fatalmente vencido se quedó sin alma.
Cazador II
Mi Platero
Por Omar López
Cuando la sangre acude a la herida.
Memoria, identidad y los orígenes
Mi viejo se cayó de la higuera y rodó por los techos de chapa del conventillo vecino de la calle Juramento 4877. Una vez me contó que por esa techumbre escaparon obreros de Perón… Recuerdos de ese fondo de tierra, con gallinero y pared con pasaje al patio de la escuela primaria de la parroquia Espíritu Santo. Rememoro su voz entrecortada diciendo al doctor cuánto le dolía su pecho de gigante. Con cuatro o cinco años lo miraba desde abajo y recuerdo sus piernas musculosas, su cuerpo de gigante, aquellas manos grandes, su olor a mecánico.
En sus dos últimos años de vida y cuando ya no era aquel gigante de mi infancia, aparecieron tramos de su memoria perdida.
Tiempos de la impresión clandestina en papel biblia de los comunistas.
La historia de un general De La República, sobreviviente de la Guerra Civil Española, entrenando en autodefensa a los jóvenes militantes. Las armas escondidas en la fábrica de ataúdes de un primo.
Se llamaba Guillermo López Fregenal, su origen paterno remonta a un pueblo de Extremadura, España, tierra del Quijote, cuna de Miguel de Cervantes Saavedra.
Guillermo, hijo de un anarquista ferroviario, cuentacuentos, fabulero y bromista de temer. Nació un diez de abril de 1904, meses antes de la Primera Guerra Mundial.
Eran diálogos que nacían agonizando, imágenes de un origen, una razón y un derecho. Desayuno en el descascarado y amarillento bar de La Rioja y Belgrano, antes de la quimio. La certeza de su muerte anunciada, mis interminables preguntas para guardar su existencia. Su presentido final en aquellos ojos celestes más tristes que tragué en toda mi vida.
Era como remontar el barrilete de una memoria sin alas. El principio de demencia de Adela, mi madre crucificada de dolores y ausencias.
Los panfletos ocultos en la caballeriza de La Panificadora Argentina, ubicada en Juramento y Donato Alvarez, hoy Avenida Ex Combatientes de Malvinas. La muerte de mi hermana Silvia, de seis meses. La versión del veneno y la venganza de los fachos del barrio. El ajuste con un disparo en la frene que prolongó la noche para siempre. Los llantos mudos de mi madre en la pieza del inquilinato, el dolor y la impotencia con la máscara de la crueldad descargando ira sobre mi hermana mayor, intoxicada de todas las frustraciones y odios.
Repaso del pasado cuando el ánimo no dormía por la morfina. Su confesión de espanto, de perder el hijo, cuando en plena madrugada del golpe del 24 de marzo de 1976 nos descubrió en Boedo, con los volantes y “los fierros” para la clandestinidad.
La memoria nos sacó a pasear en sus últimos dos años. Y llegó el hombre a la luna que vimos en la tele en blanco y negro, en nuestra casita de Ituzaingó.
La escalera que puso para subir al techo, cuando cumplí siete años, porque se trataba “de estar más cerca de las estrellas”. Aquella portátil Panasonic, con onda corta “para escuchar a Fidel”. El regalo de la primera máquina de escribir portátil, Lettera 22 de Olivetti, para mis primeros ensayos de periodista.
Verlo grande, viejo y llorando cuando entró a casa aquella noche de invierno que le robaron su sueldo en el micro de La Lujanera.
Supe de su tiempo de obrero en los telares de la empresa Grafa, en el barrio de Villa Pueyrredón. De aquellos enormes camiones que conducía, remolcando tramos de grandes puentes de hierro. Rompecabezas interminable; un cartón de cigarritos negros por día, sus peleas callejeras saliendo en defensa del débil. Fui testigo a los diez años de una de película en “La curva de Castelar” en medio de la ruta y con el tránsito detenido cruzando trompadas con varios tipos. Susana era una prima de mi viejo, lo amaba y de vez en cuando me contaba sobre “el pelado Guillermo”. Ocurrió una tarde de verano que unos cinco tipos que tenían un Plymouth, auto de cuatro puertas, y manosearon a una chica del barrio. Los vecinos llamaban al policía que estaba en la otra cuadra, los tipos se quisieron escapar y “el pelado Guillermo” les levantó el auto como quien levanta pesas.
Terminó de chofer del millonario Alfredo Fortabat, el amo y señor del emporio cementero de Loma Negra.
Finalizaba la dictadura y se apareció con una foto. Era el retrato de un milico represor que por entonces integraba la custodia que tenía el viejo Fortabat. Ese dato lo entregamos a los compañeros que estaban en la APDH.
Una de las últimas mañanas de lucidez, en su cama de la sala 86, del tercer piso del Hospital Español, y junto a su amigo de la Mesa Coordinadora de Jubilados, el entrañable Julio Liberman, me pidió que lo cremara y pusiera en el nicho del cementerio donde estaban los restos de Silvia.
Nuestras manos se cruzaron y la vida salió desbocada por todos los bordes del dolor y el espanto. Frente al crematorio estuvieron todos sus compañeros de La Mesa, con el puño alzado al cielo, y lo despidieron, “¡Hasta la victoria siempre!”
Cuando nació papá, en 1914, aparecía la primera edición de Platero y yo, del español Juan Ramón Jiménez, publicada por la editorial La Lectura.
“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos…” Guillermo, el gigante de mi infancia terminó pequeño y tan blando por fuera, pero adentro y entre algodones quedó su memoria que me habita, tantos fragmentos interminables, la sangre que aún no seca y brota en gestos y palabras de mis hijos y nietos.
Mi viejo fue un platero que iluminó las noches más oscuras.
Cazador de sueños II, la memoria iluminada
Escrituras gatunas
Por Omar López
Los gatos tienen literatura y León siempre auxiliaba cuando el relato se estancaba. Entonces alcanzaba con un cruce de miradas, y él pasea sobre el teclado y pisa palabras abrehistorias.
Si el relato se encajaba cuando la enfermera desconecta al chico, entonces León ronronea, mece su cola inquieta, algo no le gusta. Entonces hay un cambio en la historia; la enfermera besa al chico, que aún siente sus labios de seda caliente, lo besa por segunda vez y León parece complacido cuando se escribe que una lágrima riega el ojo entreabierto del muchacho.
Ahora la historia parece encaminarse, pero no sorprende, dice el hombre que intuye que puede continuar; entonces la enfermera escucha un silbido casi imperceptible. Mira al chico desconectado, pálido, con ese ojo entreabierto, humedecido por esa lágrima suya. El silbido vino de menos lejos esta vez, y entonces… León miró sus manos en suspenso, y el reloj en la madrugada, y regreso sus patas al teclado para aterrar a la bella enfermera que descubre que el medio ojo del muerto esta sobre su escote.
Afuera los relámpagos acuchillan la noche indefensa, las gotas feroces quieren golpean el ventanal, sus sombras se trazan en blanco y negro en la habitación invadida por la tormenta. Un trueno resucita la voz del chico, la enfermera piensa en los labios tibios recién desconectados, pulsa el llamador de emergencia y roza esos labios que ahora queman y consumen el último filamento de su lágrima perdida.
Afuera crece un murmullo y sobre el teclado planean otra vez pálidas las manos quietas como un muerto. El gato tiene el arte del suspenso, son pasos sobre el silencio y otro salto al teclado para desencajar al escritor detenido.
Un rayo descarna las sombras de la habitación, y los labios del chico se abren y tragan esos dedos que lo acarician, traga como una boa el brazo de la joven enfermera que se desvanece.
El escritor recrimina al gato la maldad del moribundo que no muere y se traga a la enfermera, anuncia un giro en la historia, pero el gato salta al teclado para rematar la historia. Se cruzan opuestos destinos. Ella se libera de su boca abierta como una ballena, resbala entre suero y sangre, escribe el autor.
El muerde su cintura, la paraliza y comienza a tragarla nuevamente, ambos agonizan uno de furia, otra de miedo, escribe el gato. Sobre el teclado se cruzan dedos blancos, patas negras, sangre y sombra, lluvia de sangre. El escribe un trueno que despierta a la enfermera. Gato escribe que el moribundo muchachote se traga finalmente sus ojos negros y se detiene la noche sobre el último borde de un relámpago que refleja un cuerpo escarlata que despide un silbido imperceptible, una risa apenas adivinada, un ojo entreabierto para cuidar la muerte. Escritor y gato se empujan, arañan, reescriben el fin en medio de la noche de relámpagos. Ella lo desconecta antes que la muerda. Ya ninguno se encaja en la historia, luchan el texto sobre un teclado sangrante. Un puñetazo derrumba a León que con un ojo entre abierto y sangrante mira al escritor tajeado desde su pómulo derecho hasta la oreja izquierda. Se disponen a escribir el fin, cuando un trueno sacude el ventanal, un rayo marca el contorno del gato enorme que abre su boca y se traga al escritor que lucha por rescatar a la joven enfermera que pide auxilio.
La tormenta se detiene, el monitor titila sobre la última línea con Dante lamiéndose la herida y afilando sus uñas sobre la espalda del escritor.
Cazador II
Santa Rosa
Por Omar López
La tarde atrapada por el diluvio
mi loco fantasma por la melancolía
los edificios por el cielo cartón-gris
hundiéndose en las terrazas mojadas
tus manos
un pájaro para anidar
al gato del vecino un terrón de azúcar
Tarde aguachenta
bucólica
húmeda
hasta los duendes se resfriaron
de mi pie izquierdo crecen hongos verdes
con olor a menta
de tu siesta escapan sueños infantiles
una arañita se durmió en mitad de la tarde.
Un sol de opalina se pega en mi enmohecida ventana
una ráfaga de viento cruza el bacón
como un flechazo errante
y Santa Rosa es una mujer tormentosa
Hay gotas que repican
pájaros que rechiflan
en la tarde envuelta por el chubasco
Cazador II
Tu último socorro
Por Omar López
Nos tragó la memoria
El destino trota al precipicio
sobre el caballito de la última calesita
de Constitución.
La luna nos exilió con su silencio
Nuestro suicidio nos precede
sonora oscuridad
De nuestros secos corazones
La humanidad se derrumba
Sobre tu espalda de arena
Mis palabras en el exilio
Mi vida en el final
El ayer partió antes del mañana.
Cazador II
Tuvo un sueño.
Por Omar López
Parecía un soldadito de plomo enterrado hasta las rodillas en medio del fango helado que corría por toda la trinchera y se mezclaba con sangre y orines.
Sus tripas crujían como los morteros ingleses.
Sus manos de dibujante, deformadas por los sabañones apenas podían con el gatillo.
Igual apuntó con las balas picando a su lado. Vio caer como a un muñeco triste al compañero de la derecha. Disparó al gurka uno que saltó para atrás, como en las pelís que veía los domingos.
Se trabó su Fusil, que era rezago de Estados Unidos de la guerra con Vietnam. Levantó la cabeza y vio venirse encima al gurka dos, daga en mano.
El pibe manos de dibujante quiso salir de la trinchera con bayoneta calada.
No murió de inmediato. Tuvo cinco minutos para dibujar en el cielo de Malvinas la cara de su vieja.
Las radios porteñas gritaban a esa hora que “estábamos ganando.”
La alarma me sobresalta, creo que bombardean, pero es otra mañana, despierto. Parece nublado, puede llover, el país es un amasijo y los pobres cuelgan su destino en la orilla de todos los olvidos.
Informan que la memoria se pegó un tiro, No queda cabeza de la memoria.
Recuerdo a mi padre viejo y llorando a los soldaditos muertos.
La Patria no es un mapa, son los cuerpos, las voces, las historias contadas, la bandera alzada en la escuela. La leche materna, la voz del hermano, el sueño justo, el soldadito muerto.
Cazador II