Sentir, razonar, interpretar y caminar con las idea al hombro, con la propia inteligencia
Por Omar López *
Adolfo Bioy Casares me confesó durante una entrevista en la vieja Radio Libertad, qué él escribía con lápiz en un cuaderno gloria, y usaba para borrar la goma Dos banderitas. ¡Carajo! Tengo que buscar ese viejo casete, esa charla, esa voz fina, delicada, amigable de viejo escribiente, del amigo y cómplice literario de Jorge Luis Borges, el amante y el lector solitario.
Bioy a veces escribía parado sobre su máquina de escribir, otras veces usaba un banco alto. Ernest Miller Hemingway, autor de El viejo y el Mar, de Adiós a las armas, escribía mucho, parado frente a una ventana con vista al mar cubano. Hablando de Cuba, cuando estuve en Santa Clara, donde descansan los guerrilleros heroicos y frente al nicho donde se guarda su armadura de huesos de CHE, prometí en silencio, escribir y contar hasta mi último aliento, la lucha de mis pueblos por su libertad. Una florcita blanca y sencilla, nativa con un perfume a sándalo y unas velas que apenas iluminaban el rostro tallado en metal de CHE. Pegado a su nicho.
Al salir de ese encuentro, y subiendo las blancas escaleras esta la estatua de CHE, enorme, doce quince, veinte metros de alto, con su fusil y avanza en dirección a nuestra patria. El sol del sur, custodia esa historia de los buenos y los tiranos, de las palabras libertarias y los escribientes de la esclavitud, ahí donde la memoria redobla su marcha.
En la cantina legendaria La Bodeguita del Medio, en Empedrado, 207, de Habana Vieja, una noche deje un papelito pegado bajo una de sus mesas. Un mensaje secreto, escrito con tinta y arena. Escrito a mano, y corazón, donde las palabras pesan el tiempo, visten la humanidad en marcha donde jamás puede latir ninguna inteligencia artificial,
Un día, el compañero, el amigo, ministro de Cultura, Abel Prieto me invitó a conocer la histórica oficina de CHE en el fuerte de La Habana. Me hizo sentar en ese escritorio de viejo barniz marrón con ese teléfono negro desde dónde CHE avisó a Fidel que habían tomado La Habana. Entre sus pertenencias, su arma, papeles, lápiz, escritos, que mi alma fotografió para mi eternidad.
Esa tarde, el silencio viajó a mi lado, porque el silencio escribe las palabras urgentes y necesarias que se hacen escuchar, las que vienen del otro lado, como suenan en esta noche entre los árboles de Seguí, entre el sueño de mis tres perros.
Pienso, cuánta dignidad, a contramano en este presente de idiotas pagados haciendo mal uso de la inteligencia artificial con patrón poderoso del poder económico, llamando a bombardear el congreso porque la mayoría de senadores votaron a favor de elevar ingresos a los jubilados y reponer la ley de discapacidad.
Carajo, qué contraste, entre la grandeza y la bajeza.
El gobierno es un artificio, un mecano del poder económico real que se desarma; no hay algoritmo que lo rescate, ni fondo monetario que ordene tras la impagable deuda a buitres y poderosos empresarios locales para ordenar este gobierno de la extranjería y la brutalidad. Vivimos días donde la historia nos calienta los pies desnudos de pobreza.
La fusilada que vive habla y florecen las raíces, se abrochan multitudes, se abren combates y se unen, al menos en este momento táctico administradores de orgas y candidatos. La batalla ha vuelto, la cultural y política con viejos trapos y nuevas preguntas, el lápiz que escribe en la mesita de la unidad básica, la brocha que escribe en las paredes, la palabra escrita en los silencios que reclaman abrazos. Las ideas se levantan, sobre la olla vacía, ahí se sale al encuentro del cuerpo para llevar las palabras, basta con llevar una florcita perfumada, de porvenir y solidaridad, de dignidad y el honor de la lucha, como aquella florcita de CHE.
- apertura de Omar López en Mate amargo, AM 530 Somos Radio, domingos 23,00