Las dimensiones sociales, políticas y económicas de la pandemia
Por Pablo Vommaro
Mate amargo invita a pensar la contingencia desde distintas miradas de la ciencia, la política, la cultura, el periodismo…
HOY PRESENTAMOS A Pablo Vommaro, Director de Investigación de CLACSO. Profesor e investigador de la UBA y el CONICET.
Ante la pandemia de COVID-19 o SARS-CoV-2, propongo comprender e interpretar las dimensiones sociales, políticas y económicas de esta pandemia para poder pensar en las diversas aristas de la crisis y las disputas que existen en torno a sus posibles superaciones.
La potencia y la importancia del acceso abierto.
Poco después de que la secuencia del genoma del COVID-19 fuera identificada por un laboratorio del estado chino, se publicó en forma abierta. El consenso es generalizado: el acceso abierto, libre y gratuito a la información acerca del nuevo coronavirus aceleró las investigaciones y posibilitó que en pocas semanas se obtuvieran avances que hubiesen tomado meses si las restricciones mercantiles hubieran primado. En este plano, la cooperación y el acceso abierto funcionaron. ¿Los conocimientos, tests, tratamientos y vacunas producidos gracias a este acceso abierto estarán también disponibles de manera abierta y pública? Acceso abierto no es lo mismo que ciencia abierta y aquí las políticas públicas y los comportamientos de la comunidad científica serán decisivos.
Distanciamiento social o procesamiento colectivo de la crisis.
En este punto, los debates se multiplican. Algunos autores afirman que el virus aísla e individualiza. Sin embargo, los aplausos colectivos, el arte en los balcones, los comedores populares o los espacios comunitarios en los barrios que procuran seguir funcionando sin romper las medidas de distanciamiento o aislamiento parecen contradecir el carácter absoluto de esa afirmación. Como parte del mismo fenómeno, habría que mencionar los grupos y chats que se multiplican y la intensificación del uso de las redes sociales como modo de comunicarnos con otros en estado de aislamiento.
Ante una crisis con fuertes dimensiones subjetivas y emocionales, el discurso del distanciamiento o el aislamiento no sería el más indicado y más bien habría que apostar a espacios de reflexión, encuentro y tramitación colectiva de la situación. ¿Cómo hacerlo manteniendo medidas de prevención que eviten la propagación de los contagios y preserven a los grupos más vulnerables al virus?
¿La economía o la vida?
Esta encrucijada fue planteada por muchos gobiernos y economistas y reproducida en medios de comunicación y artículos de diversa índole. Ante esto podríamos preguntarnos: ¿es posible pensar y desarrollar una economía para la vida?
Escuché por ahí que una economía en crisis se recupera pero que una vida perdida no vuelve. Si esto es así habrá que disputar cómo y bajo qué lógicas se realiza esa recuperación.
Ante el aislamiento, el teletrabajo aparece como solución tanto para mantener las actividades en un escenario de reclusión como para asegurar cierta productividad mínima a las empresas. ¿Pero todos los trabajadores pueden teletrabajar? Es evidente que no y esto depende tanto del tipo de actividad como de las condiciones de trabajo y de hábitat que estos trabajadores tengan. Así las cosas, el teletrabajo se presenta como elemento que puede aumentar la precarización y las desigualdades sociales y laborales.
Descreídos o aterrorizados.
Las personas reaccionan a la pandemia a partir de dos polos: los escépticos que piensan que todo es producto de algún plan diseñado en un laboratorio, de una conspiración internacional o de una exageración hipocondríaca, y quienes se sienten invadidos por el terror y sostienen que la situación es apocalíptica, terminal.
Algunos datos podrían sustentar el miedo: para este virus no hay vacuna, no se conoce tratamiento ni cura, su tasa de transmisibilidad o contagio es más del doble que las de la influenza más frecuente y conocida y su tasa de mortalidad es entre 50 y 100 veces más elevada que la de esa enfermedad.
Pero desestimar el lugar de los medios en la creación del pánico social sería cuanto menos ingenuo.
Quizá por esto, desde la Organización Mundial de la Salud hablan de una segunda epidemia, la infodemia o epidemia de sobre información, que incluye las noticias falsas o maliciosas, las fake news.
Ante la pandemia, las políticas seguidas por los gobiernos pueden caracterizarse de acuerdo con sus prioridades, como adviertenMalamud y Levy Yeyati.
China antepuso el Estado y la responsabilidad social, Europa confió en la sociedad y los estados parecieron ir a la saga y Estados Unidos apostó al mercado y al individualismo extremo.
Estados Unidos, Brasil y Reino Unido niegan la crisis y desamparan a sus poblaciones; aunque este último país tuvo que rectificar de forma abrupta y de emergencia sus políticas del “no pasa nada” y el “dejar hacer, dejar pasar”.
¿Emergerá de las políticas seguidas en la pandemia una reconfiguración del multilateralismo contemporáneo? Pareciera que China o Cuba (quizá también Rusia) se presentan al mundo como países solidarios, mientras que Estados Unidos y las potencias europeas se cierran sobre sí mismas y miran a las otras naciones con egoísmo y recelo. Con contadas excepciones, la cooperación o, al menos, la coordinación entre los países, estuvieron ausentes.
Muchos gobiernos aprovechan esta situación imprevista para profundizar sus rasgos autoritarios y las políticas de descuido de grandes mayorías.
En algunos países se instauran estados de sitio o toques de queda, incluso antes que las medidas de prevención o el fortalecimiento de la salud pública, que parecen apuntar a disipar manifestaciones y movilizaciones callejeras que han tomado plazas y ciudades de América Latina y el Caribe en los últimos meses.
Brasil, Bolivia, Ecuador o Perú son ejemplos de esto. En Chile, el gobierno destinó más recursos a reequipar a los carabineros para la represión social que a fortalecer el sistema de salud ante la escalada de casos de coronavirus. Ante la guerra contra el nuevo coronavirus, el militarismo crece en la región como espectro que vuelve a proyectarse sobre las sociedades, las resistencias y los grupos más oprimidos.
¿Es posible mantener un aislamiento social obligatorio con economías informalizadas en un 40 o 50%?
Sin dudas, ésta es una pregunta que se responderá en la práctica con la experiencia, pero pareciera que es posible con la ampliación de las políticas sociales de apoyo y contención. Quizá sea el momento de pensar en un ingreso mínimo universal, por ejemplo, como vienen proponiendo los impulsores de la Tasa Tobin y ATTAC desde hace algunas décadas.
Sin embargo, quisiera discutir la creencia que sostiene que el aislamiento es algo para los sectores medios o medios altos y que en los barrios populares no se cumplen las medidas de prevención porque la pobreza genera caos o anomia. En principio, acaso no sea ocioso apuntar que se hizo más que evidente la resistencia de la población con mayores ingresos a cumplir el aislamiento. En contraste, mi experiencia con las poblaciones más desamparadas me permite afirmar que los barrios, las comunidades y los territorios despliegan estrategias de cuidado de otras maneras, con otras modalidades. Claro que el hacinamiento dificulta la distancia social, por supuesto que los trabajadores informales y precarizados necesitan ingresos día a día. Pero no se puede subestimar la persistencia y la potencia de la organización social comunitaria, también para asegurar la prevención, si es necesario, mediante el aislamiento o la distancia. Los habitantes de los barrios populares lo cumplen creando otras maneras de cuidado y prevención.
Las políticas públicas adoptadas ante la pandemia profundizan las desigualdades sociales.
En una sociedad desigual, las crisis se producen, impactan y se tramitan de manera desigual. Dentro de las desigualdades multidimensionales, destacaremos algunas.
De género y cuidados. Como señala Karina Batthyány, las medidas de aislamiento social que se están aplicando en la mayoría de los países ponen en evidencia uno de los eslabones más débiles de la sociedad: los cuidados. Si bien las mujeres son las más afectadas, la solución no pasa solamente por repartir más equitativamente el cuidado entre varones y mujeres a nivel individual; sino porque su importancia y valor se reconozcan y puedan ser provistos también en parte por la sociedad y con el Estado asumiendo su responsabilidad.
Generacionales. Aquí podemos señalar tanto las maneras disímiles en las que el virus afecta a personas mayores y jóvenes, como la diferente relación de las distintas generaciones con el mundo digital, la posibilidad de autonomía de los más jóvenes que se ve limitada ante condiciones de aislamiento y la situación de los trabajos precarios (reparto a domicilio, empleos en comercios), que suelen emplear a jóvenes y que son los que muchas veces continúan trabajando sin posibilidad de aislamiento o protección.
Educativas. Un aspecto de estas desigualdades puede derivarse de las generacionales, ya que no todos los estudiantes tienen las mismas condiciones y posibilidades de asumir las tareas escolares en el hogar. Desiguales son las condiciones habitacionales, las posibilidades de los padres de acompañar los ejercicios, los recursos tecnológicos, el acceso a materiales, los envíos por parte de las escuelas. No todas las escuelas y universidades tienen los mismos recursos tecnológicos y esto refuerza desigualdades que se expresan en sus estudiantes y docentes y en sus entornos. Las desigualdades educativas son también experimentadas por las y los docentes, que se exponen a exigencias mayores y a un gasto de recursos propios que casi nunca es reconocido o recompensado.
Perspectivas.
Milton Friedman afirmó que, ante una crisis, las acciones que se llevan a cabo dependen de las ideas que “flotan en el ambiente”. Naomi Klein recupera esto en su libro La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre (2007) para señalar el carácter inducido de algunas crisis o desastres en el capitalismo contemporáneo que alimentan las doctrinas del shock.
Si parafraseamos a Friedman revisitado por Klein y pasado por el tamiz gramsciano, uno de los principales desafíos que tenemos durante y después de la pandemia es hacer que “las ideas que flotan en el ambiente” no sean las del capitalismo neoliberal, extractivista y predador. Una disputa hegemónica.
A partir de lo que aquí analizamos, parece que una de las certezas de salida no neoliberal (ojalá también no capitalista) de esta pandemia será el fortalecimiento de los sistemas de salud pública. Otra debería ser la renta básica universal que garantice ingresos mínimos a toda la población.
Asimismo, esta coyuntura reabre y alimenta las discusiones y las disputas por lo público, por lo común. ¿Cómo continuar disputando el espacio público con calles vacías? Raoul Vaneigem sostiene que el confinamiento no abole la presencia en la calle, la reinventa.
Perseverar en lo público y en lo común y poner la vida en el centro es un camino propositivo para hoy y para lo que vendrá.
Asumiendo que la prevención es fundamental en este momento y quizá en los años por venir, pareciera que la responsabilidad y la solidaridad sociales, junto a políticas públicas (no solo estatales) integrales, situadas, territorializadas, singulares y efectivas son un camino posible de cambio de lógica y construcción de alternativas. Me refiero a otras políticas públicas para contrarrestar los dispositivos sociales de producción y reproducción de las desigualdades y avanzar hacia la producción de una igualdad diversa, que reconozca y se configure a partir de la diferencia.