El Museo del Hambre
Primera Parte
Por Guillermo Morano
Los alimentos son un derecho humano contemplado en nuestra Constitución Nacional de 1994; artículo 75, inciso 22 y otorga con precisión las facultades para que el gobierno ejecute su cumplimiento.
En la actual contingencia sanitaria que nos impone la pandemia, sobre una economía arrasada por el neoliberalismo, es bueno recordar al padre del sanitarismo en la Argentina, Ramón Carrillo, primer Ministro de Salud Pública y Asistencia Social de la Nación.
“Mientras los médicos sigamos viendo enfermedades y olvidemos al enfermo como una unidad biológica, psicológica y social, seremos simples zapateros remendones de la personalidad humana.”
“Los problemas de la medicina como rama del Estado, no pueden resolverse si la política sanitaria no está respaldada por una política social. Del mismo modo que no puede haber una política social sin una economía organizada en beneficio de la mayoría.”
Ramón Carrillo
La pulseada con el poder económico es desigual y por momentos se torna dramática, y requiere del Estado y todas las fuerzas motrices de la alianza gubernamental asumir el complejo e inédito escenario de disputa, atravesado por el coronavirus, la gobernanza de los mercados que no está dispuesta a resignar sus privilegios e incluso pretende encerrar al gobierno en golpes de desabastecimientos y caos en el control de precios, y fuerza a la mayoría social a una precaria alimentación. El tercer eje es determinante; comunicacional, y cultural.
En noviembre pasado, Miryam Gorban, nutricionista, y dos doctorados Honoris Causa (UBA y UNR) recibidos por su trabajo pionero en nuestro el país, con sus lúcidos 88 años, señalaba a Página 12, que “un puñado de familias son dueñas de casi la mitad del territorio”. La principal referente sobre soberanía alimentaria sostenía un año atrás que el índice de pobreza “ya supera el 40 por ciento…” El escenario es otro y se siguen desarmando bombas de tiempo social montadas con planificación y alevosía por el poder económico.
Miryam insiste con la ley del acceso a la tierra, y también una ley que controle los precios; tarea que implica un desafío a la hora de construir musculatura, carácter y organización política popular para concretarla.
La concentración monopólica y corporativa es brutal. Recordemos que a nivel mundial solo diez grandes empresas dominan el mercado de alimentos, imponen el tema de la disponibilidad de alimentos, su distribución, precio.
Marcos Filardi, integra la cátedra libre de Soberanía Alimentaria de la Uba, abogado y especialista en derechos humanos, nos aporta un dato de vital importancia. “Existe una red nacional de municipios que apoya la agroecología, encarnada por jóvenes, y nos demuestra que cada vez más productores abandonan el modelo convencional”. Filardi destaca que empiezan a ser visibles en esta pulseada política otras alternativas; “en materia de distribución asistimos a cosas muy importantes , si bien los hiper y los supermercados siguen concentrando gran parte de la facturación y distribución de los alimentos , vemos que empiezan a aparecer otras maneras de distribución, de distribuir los alimentos que tienen que ver con los mercados populares, las ferias de productores, cadenas de comercio justo…”
El Ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, se acerca a esa dirección interactuando con valiosas organizaciones de larga experiencia y creciente producción y organización, surgidas en 1996, en Roma, durante el Foro Mundial por la Seguridad Alimentaria que se realizó en paralelo a la Cumbre Mundial de la Alimentación patrocinada por el Organismo de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura(FAO).
De dicha cumbre se resaltan siete principios para lograr la Soberanía Alimentaria: Alimentación, un Derecho Humano Básico; Reforma Agraria; Protección de Recursos Naturales; Reorganización del Comercio de Alimentos; Eliminar la Globalización del Hambre; Paz Social y Control Democrático.
Muchas de estas experiencias aún funcionan por fuera del Estado. Marcos Filardi, también integrante del Museo del Hambre, (http://museodelhambre.blogspot.com/) nos dice que “imaginemos el potencial que podría desarrollarse, si efectivamente las políticas públicas se involucraran en todos estos niveles.”
Sin duda aún falta mucho por pulsear con el poder económico, con las fuerzas trasnacionales del mercado en un tema que además figura entre los principales puntos de la geopolítica de las potencias.
No solo se trata del precio de la carne y las verduras, que constituyen un arrebato diario al bolsillo de toda la sociedad trabajadoras y los más débiles. Es notable que no alcanza con decretar un control de precio si no está articulado por ley con las organizaciones (todas ellas) populares, los productores de la soberanía alimentaria, y de paso citar entre tantas valiosas, valientes y democratizadoras experiencias la de la Unión de Trabajadores de la Tierra, que hoy empieza a conectar políticas con el gobierno nacional.
El desafío implica otra mirada, nueva interpretación política ante nuevos paradigmas y ante una ola superior y desconocida de la crisis mundial de un sistema de apropiación de la riqueza y los países supuestamente poderosos. Muchos de ellos miran la producción de alimentos en los parámetros de la Soberanía Alimentaria y legislan –como Alemania- impuestos anuales y actualizados a las grandes fortunas. Reconocer que estamos en una Guerra Mundial Económica de nuevo significante es un paso para determinar el campo de acción de nuevos valores de la defensa y crecimiento de una democracia sin la tutela de poderosas minorías.
Miryam Gorban abre la mirada que cierran los medios hegemónicos al servicio del poder económico. “El 6 por ciento de la población consume el 50 por ciento de la producción. Cuando hablamos de la alimentación y hablamos del rol del Estado vemos que no hay un solo programa de salud alimentaria. La Ley es del Estado o es del Mercado:”
Sin dudar la soberanía alimentaria depende de la soberanía política, de la soberanía económica y de la justicia social, frentes políticamente no resueltos en esta etapa de la democracia tutelada por el poder económico que quiere seguir exprimiendo los bolsillos populares, y el control político.
Nuestra Patria tiene 266.711.077 hectáreas de tierras rurales con posibilidad de explotación agropecuaria, ganadera, vitivinícola, o minera. Es quince veces la superficie total de Uruguay, nueve veces la de Italia, o cinco veces la superficie de España. De acuerdo a datos del Registro Nacional de Tierras Rurales, que depende del Ministerio de Justicia de la Nación, un 5,57 por ciento de ese territorio rural argentino hoy está en manos de extranjeros. Hablamos de 12.520.826 hectáreas, equivalente por ejemplo, a casi la mitad de la provincia de Misiones, o a 622 veces La Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Según datos no actualizados a la fecha del Registro Nacional de Tierras Rurales, 1.877.885 hectáreas argentinas están en manos radicadas en paraísos fiscales. No son visible a la hora de los reclamos impositivos, ambientales y territoriales.
Hoy no tenemos campañas militares como en la década de 1870 y el exterminio de nuestros pueblos originarios y el robo de su tierra, más de 20.000.000 de hectáreas.
El presente viene con formas de dominio asociadas, los herederos de los Anchorena, Brau Menéndez y Martínez de Hoz entre tanto saqueo ornamentado con el escudo de industria nacional o somos el campo. El capitalismo siempre quebró la condición humana, mata, roba, excluye, se adentra en las no saldadas contradicciones de los partidos, movimientos y organizaciones sindicales, políticas y culturales, contamina, y quiebra la evolución del pensamiento crítico. La Soberanía Alimentaria, tanto como el feminismo son hechos revolucionarios en pleno y necesario proceso de parición ante lo viejo y las ideologías encerradas en viejos paradigmas.
Es la siembra urgente de los nuevos derechos y la nutriente de una nueva democracia que pueda leer al verdadero enemigo del pueblo.