Agencia CHE

Argentina tiene el 61 por ciento de la deuda mundial con el FMI

La nota reveladora que publicamos corresponde a Cohete a la Luna y su autor es Guillermo Wierzba, director del Banco Nación. Fue Director del CEFID-AR (Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo de la Argentina) entre el año 2004 y el 2015. Ex Director del Programa Global de Créditos de la SEPYME (Ministerio de la Producción). Fue asesor en la Gerencia de Estudios de la Superintendencia de Seguros.

El título original del trabajo de Wierzba es La Intromisión. En su bajada señala que «para The Economist Máximo tiene razón cuando dice que el ajuste es más duro de lo que se admite.»

El reconocido historiador mexicano Carlos Marichal prologó la Historia Crítica del FMI, escrita por Oscar Ugarteche. El texto de Marichal merece ser citado por su correspondencia con el proceso de endeudamiento cuyo despliegue se produjo por las políticas elaboradas y compartidas por el gobierno de Juntos por el Cambio y el FMI, que desembocaron en las posteriores negociaciones que hoy atraviesan instancias decisivas. Dice Marichal: “Desde sus estatutos originales, el FMI tiene entre sus objetivos principales contribuir a mantener la estabilidad financiera a escala internacional, lo cual implica supervisar la banca y las finanzas internacionales con objeto de anticipar serios problemas financieros a los países miembros. Pero —¡oh sorpresa!— en el caso de los países en desarrollo y, en particular, de Latinoamérica, y de manera reiterada, el FMI ni ha previsto ni anunciado los peligros de crisis inminentes, pese a que ha tenido y tiene todas las informaciones para hacer sonar las alarmas. Al contrario, con frecuencia ha sido testigo mudo de aquellas peligrosas coyunturas mientras se estaban gestando las crisis, para luego ingresar como bombero al rescate, cuando ya era tarde para evitar la catástrofe. Las razones son manifiestas: el FMI no adquiere más poder si prevé y disuade las crisis. En cambio, después de que explotan las crisis el FMI asume el papel de bombero de fuegos financieros, lo cual aumenta su poder enormemente, en cuanto organiza rescates e impone sus puntos de vista, así como sus estrategias y requerimientos, a los gobiernos deudores en problemas”.

Este texto que tiene más de ocho años explicita que el desvío de sus funciones estatutarias es una regla permanente del FMI, para priorizar otros objetivos como imponer enfoques, políticas y exigencias. En el caso del actual endeudamiento argentino, en pos de lograr esas metas impertinentes a su carácter de organismo multilateral el medio que utilizó fue la intromisión directa en los asuntos internos colocando un préstamo de dimensión inusitada, que más que duplicó el máximo que el país podía recibir, con el objetivo de apoyar la reelección de una fuerza que le resultaba confiable para imponer las reformas que el Fondo propiciaba, o de no tener éxito en ese propósito condicionar mediante el sobreendeudamiento los grados de libertad para realizar política económica, y no sólo económica sino otros aspectos de la vida institucional y la política exterior del país. Para lograrlo salteó requerimientos de orden legal y de procedimientos administrativos, entre ellos la independencia del BCRA, que el organismo multilateral pregona como dogma religioso. El cuadro que abre esta nota refleja lo invertido para lograr su torcido objetivo. También permite presumir que la preocupación actual del acreedor multilateral no es sólo cobrar, sino hacerlo obteniendo la mayor intensidad posible de lo pretendido cuando se dio el préstamo. Y hacerlo con La daga en el cuello, preciso título con que Horacio Verbitsky definió las condiciones actuales de las negociaciones. Argentina debe el 61% de las acreencias del FMI.

Lo expuesto demuestra que es equivocado presentar al Fondo Monetario Internacional como un ente mundial, expresando que Argentina está negociando con el mundo, con todos los países del orbe cuando se sienta con el FMI. La conducta y lógica del FMI tienen una típica impronta imperial. Cuando el país se sienta a negociar con ese organismo, lo hace con el Imperio, no con el mundo. El FMI tiene su régimen estatutario para garantizar la hegemonía de los Estados Unidos en las decisiones. La superpotencia ostenta un porcentaje de votos que le garantizan el poder de veto, de modo que las resoluciones que se adopten deben contar con su aprobación. En este enfoque resulta de relevancia la afirmación de Máximo Kirchner, cuando en su comunicado del 31 de enero caracterizó que “el FMI demuestra que lo importante no son las razones, ya que sólo se trata de fuerza. Quizás su nombre debiera ser Fuerza Monetaria Internacional”. Esta reflexión no es de orden secundario sino central para comprender el carácter de las negociaciones con ese organismo. Cuando las sostiene un país periférico no son de orden cooperativo sino que se caracterizan por la desigualdad de fuerzas y por intereses de carácter antagónico, si es que la fuerza gobernante en éste se propone la independencia económica. Perón señala en La Hora de los Pueblos que el FMI fue el instrumento necesario para consolidar el área del dólar, y en el mismo libro de fines de los ’60 afirma que “este Fondo creado, según decían, para estabilizar y consolidar las monedas del ‘mundo libre’ no ha hecho sino envilecerlas en la mayor medida. Mientras tanto los Estados Unidos se encargaban, a través de sus empresas y capitales, de apropiarse de las fuentes de riqueza en todos los países donde los tontos o los cipayos le daban lugar”.

Leer la nota completa en El Cohete a la Luna, creado y dirigido por el periodista Horacio Verbitsky.

olopez

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