Horacio y la manada del apocalipsis
Por Omar López
Quinto Horacio Flaco, poeta y filósofo romano, (*) advirtió que “El humor es una lógica sutil”. Su otra mirada que desabrocha la oscuridad en la condición humana es que “Somos engañados por la apariencia de la verdad”.
Nuestro querido Horacio González cargaba ese humor cafeteado en el bar Británico, con esa gambeta de la inteligencia para desarmar la apariencia en cada oportunidad que abría la polémica o invitaba en sus escritos periodísticos, novelas, ensayos.
La vida nos cruzó en entrevistas de radio, en Mate amargo, sin apuro, sencillo para el tablón. Siempre le gustaba ese modelo en que la palabra era más importante que el reloj. Horacio siempre ubicó nuestra lógica de comunicación, y jamás se negó a participar. Creo que la última entrevista fue durante nuestro ciclo en Radio Del Plata. Para nuestro asombro Horacio, siempre generoso, nos pidió resistir en el aire, “yo los escucho, y Mate no puede desaparecer”. Sencillo, profundo, tierno y confiable, un tipo que nunca te dejaba de a pie.
En medio de la pandemia y cruzando la muerte y la ignorancia que es igual de mortal, Horacio González, nos pensaba; “Las grandes preguntas son si corre peligro la libertad y si se puede sustituir por otras formas de libertad. Si corre peligro la igualdad, y cómo va a ser la producción de la subsistencia.”
Horacio González se refirió muchas veces al universo de la palabra “intelectual”
“La palabra intelectual carga una disconformidad, una falta de tranquilidad íntima.
—En determinados momentos estamos a la altura de un legado intelectual, y por eso mismo, la palabra termina siendo molesta. En la época de Emile Zolá, se inventó esa palabra, porque entonces se hablaba como ideólogos de quienes querían señalar el profundo desajuste de ese término. Creo que todos ensayamos los modelos de «ir al pueblo». Ensayamos todos los que sean necesarios hasta descifrar ese enigma de querer ir al pueblo y, al mismo tiempo, sentirse un poco como Aníbal Troilo con su frase magnífica: «alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio», y él niega haberse ido del barrio, pero inmediatamente afirma que siempre está llegando. De modo que, en ese estar siempre, habiéndose ido, o en esa llegada, que es la del que estuvo siempre, está presente esta relación con el sentido común, siendo y no siendo parte de él, es decir, del plano en que los problemas ya están conversados. Eso me parece que son problemas de índole intelectual. Y no hay ningún intelectual que lo diga porque no es necesario ponerle ese título, y sin embargo son los problemas del ir hacia otra cosa, del ir al pueblo. Y eso significa ser otro,
transformarse en otro, y penitenciarse por no haber estado desde el comienzo en un lugar donde siempre se está llegando. Yo no veo, en este momento, y lo digo con pena, que la vida intelectual argentina tenga suficientes motivos para enorgullecerse. Y la vida política argentina está muy desnutrida de lengua, de texto. Es a-textual. No digo que sea iletrada, es a-textual, es decir, no tiene textos capaces de interrogarse a sí mismos y nadie piensa en ellos en las escenas políticas. Entonces, eso exige menos el auxilio de ningún intelectual que una profunda autorreflexión del país en todos sus cuadros culturales y políticos. Porque, finalmente, si los gobiernos persisten sin texto, evidentemente no veremos momentos interesantes y satisfactorios desde el punto de vista de una sociedad que se conoce a sí misma en términos de rigor y también de profunda angustia.” 2005 la Revista Ñ.
Lejos está la intención de recorrer la obra de Horacio, director de puertas abiertas director de la Biblioteca Nacional y su participación en el espacio Carta Abierta, abriendo ese espacio al debate y participación colectiva; sutil e intenso polemista con identidad peronista y amplitud para bracear en la evolución de todas las categorías que aparecen inquietando los viejos manuales de la política.
El hombre es lo vivido y Horacio se subió al estribo de su historia sin abandonar su origen clasista. Sus clases en la universidad y centros culturales eran apasionadas, él y Nicolás Casullo despertaban la ansiedad del saber, y la emoción ante el conocimiento quebrando la lógica del pensamiento único. Entre sus importantes obras se destacan algunas como: Historia crítica de la sociología argentina, La crisálida. Metamorfosis y dialéctica, Las hojas de la memoria. Un siglo y medio de periodismo obrero y social, Kirchnerismo, una controversia cultural, Genealogías, Violencia y trabajo en la historia argentina. Hay mucho más, sin duda, y vale el recorrido por YouTube sobre sus debates y cruces polémicos con otros intelectuales con pasaje en el tren de la derecha dominante.
Su ausencia deberá compensarse en la relectura de su inquieto e intenso pensamiento, resignificando esa mirada. Desafío impostergable en estos días de tanto jinete apocalíptico, brigadistas de la banalidad, empleados de la maquinaria mediática del vacío del pensamiento crítico.
Cruzarnos con Horacio González en este tiempo de secuestro de la inteligencia crítica, ante mentes perversas y ahogadas en la ignorancia con representaciones insignificantes de seres con ausencia de saberes como Canosa, Juana Viale, entre otros mascarones del poder hegemónico. González calzaba su interpretación en esta época de tanto odio y precariedad de ideas. Se nace, se vive y se abandona la vida. Algunos mueren y su historia se pierde, pero, tipos como Horacio dejan su obra y su inquietud de saber dónde está la razón, lo legítimo, el saber que levanta la comprensión sobre el derecho a la libertad, a la justicia, a pensar y reconocer las ideas en el territorio de la identidad donde el hombre no debe devorar al hombre, una historia que se reescribe para amar la única justicia que puede cruzar la historia, la que es portadora de una memoria, la revisión, la valentía de la trama colectiva para alcanzar el derecho a entender de qué se trata nuestro destino.
(*) Quinto Horácio Flaco, em latim Quintus Horatius Flaccus, (Venúsia, 8 de dezembro de 65 a.C. — Roma, 27 de novembro de 8 a.C.) foi um poeta lírico e satírico romano, além de filósofo.